Regalo de cumpleaños
En la vida, todos tenemos una historia de amor escondida. A veces turbia, a veces linda, a veces fugaz o eterna. Algunos la guardan en el sitio más recóndito de su alma, esperando ser olvidada, y otros deseamos revivirla una y otra vez. Mi nombre es Fernanda, y esta es mi historia.
Conocí a Fabián hace un par de años por una amiga mía. Él es director de teatro, de Aguascalientes y usualmente viaja a Zacatecas para dar talleres de arte y de teatro. En esa ocasión mi amiga Natalia, quien participa en un grupo de artes escénicas, me pidió que la acompañara a una reunión con varias personas de Aguascalientes.
Allí lo conocí. Un tipo alto, blanco, manos de artista y ojos color marrón. Su barba de candado le daba una apariencia sensual. La barbilla de los hombres es una de las zonas más sensuales que tienen. De ahí que me llamó la atención.
Su voz era pausada pero fuerte, y mostraba una pasión por la política y el quehacer cultural. Sus ideas eran interesantes y su conocimiento sobre el panorama del país bastante certero.
Mi universo no abarcaba el arte. Lo mío era la contabilidad, las idas al banco, sacar copias, las facturas electrónicas, las peleas con Hacienda. Nada que ver con eso. Así que no entendía mucho, pero me alegraba salir con Natalia.
En un par de ocasiones me sentí observada por Fabián. Tenía una mirada intensa que parecía pedirme que hablara en la mesa, pero me intimidaba y prefería voltearme hacia otro lado o fingía estar absorta en la plática
Cumpleaños feliz
Una semana antes de su cumpleaños discutimos por teléfono por un mal entendido. Esa vez me gritó diciéndome que parecía que no hacía caso a sus consejos, pues siempre me quejaba de lo mismo. No le reproché nada, pues tenía un poco de razón. Quizá debí hacerle más caso, pues él me llevaba 15 años, pero no pensé que se enojara tanto. Justo en su cumpleaños regresaría a Zacatecas para dirigir la obra “Siempre mía, siempre tuyo, siempre nuestros”.
El 17 de noviembre era el estreno en el Calderón, un teatro magnífico. Le llamé a Fabián y le dije que estaba afuera del teatro, que quería hablar con él. Un técnico me dejó entrar y llegué hasta el escenario.
Sentía unas ganas inmensas de abrazarlo. Esperé mientras terminaba de dar indicaciones y luego me pasó a su camerino para hablar. Su rostro lo decía todo. Estaba feliz de verme. Conversamos un poco y me dijo que supliría al actor principal, pues había fallecido un familiar y no estaría en la obra. El camerino era un poco chico. Tenía el tocador, el vestidor y el baño.
Me pidió que me sentara frente al tocador mientras él se cambiaba de ropa. Mi corazón estaba a mil por hora y no podía contenerme. De pronto, tocaron a la puerta y era el mismo tipo que me dejó entrar al teatro.
Le entregó un aparatito, que era el micrófono. Debía ajustarlo a la cintura con una faja para que no se notara. Se quitó la camisa y mi mirada se caía lentamente con ella.
¡Por Dios! Su torso blanco con vello en pecho me aniquilaba poco a poco.Fabián se dio cuenta y me dio el aparatito para que se lo colocara en la espalda y lo ajustara con la faja. Mis manos fueron más torpes que nunca y me estremecía cada vez más. No podía escuchar nada más que nuestra respiración. Eran las 7 y debía empezar la función.
De pronto nos miramos el uno al otro y nos dijimos tantas cosas con la mirada que me sentí fuera de control. Mi alma flotaba y mi cuerpo se quedaba inmóvil.
Luces y besos
Tomó mi mano y dijo que quería enseñarme algo. El teatro estaba oscuro, únicamente la luz del escenario y en los pasillos de abajo. Del escenario salía un pasillo que conducía al segundo piso.
Tenía una sensación extraña. Por un lado estaba emocionada, pues iba de la mano de Fabián, pero por otro lado la oscuridad me daba un poco de temor. Llegamos al centro del segundo nivel y desde ahí contemplamos el escenario.
No había nadie, más que nosotros dos. Desde aquí, me dijo, es de donde debiste ver la obra que dirigí pensando en ti.
Me abrazó fuerte y nos besamos. Poco a poco perdí el miedo. Tomó mi cara entre sus manos cálidas y besó mi frente, luego mis mejillas, mi barbilla, la nariz y la boca. Luego siguió con el cuello. No lo podía creer, estaba extasiada y eso que apenas era el preámbulo.
Pasaban muchas cosas por mi mente pero tenía una preocupación constante, que fuéramos a ser vistos. A Fabián parecía no importarle. Había una pequeña luz, que no sé de dónde salía, con la que alcanzaba a verlo a los ojos. Su mirada era otra. Tan sensual y tan dulce que me desarmaba.
Me tomó por la cintura y me abrazó contra él. Me pidió que me volteara y él quedó detrás de mí. Me besó las orejas y el cuello mientras pasaba sus manos por mis senos y todo mi cuerpo.
Poco a poco levantó mi suéter azul y luego yo le quité la camisa. Nos besamos mucho, muchísimo. Me cargó y me sentó en uno de las bardas que separan a unas butacas de otras en el segundo nivel. Su mano derecha la metió en mi entrepierna mientras me besaba.
Estaba muy excitada. Me quitó las botas y los jeans. Él hizo lo mismo. Nos seguimos besando y él me abrazaba inmensamente. De pronto, no sé cómo, ya estábamos en el piso.
Por fortuna era alfombrado. El me recostó sobre su camisa y se colocó arriba de mí. Me sujetó de las manos con las suyas y comenzó a besarme desde el cuello hasta los pies. Mi pelvis se arqueaba de la emoción, del deseo, de la adrenalina. Me estaba haciendo suya. Poco a poquito. Besó cada uno de mis senos hasta lograr endurecerlos.
Luego hizo círculos en mi vientre con su lengua. Estaba ganando el pasaporte al paraíso.
Cuando llegó “allí” fue como haber tocado el cielo. Me soltó las manos y nos abrazamos. Luego entró dentro de mí una y otra vez. Era alucinante sentir su jadeo cerca de mí y escuchar mi propio corazón que latía rápidamente. Nunca había sentido tanto placer. Al explotar, se acostó sobre mí y nuestras bocas se encontraron una vez más.
Fabián era mío y yo era de él. Nos vestimos, me tomó de la mano y nos fuimos otra vez al camerino. Había pasado casi la hora y debíamos irnos. Tenía los labios tan partidos, olía tanto a él; no quería que pasara el tiempo. Lo esperé afuera del teatro mientras él hablaba con los técnicos. Al día siguiente nos despedimos con la promesa de seguir viéndonos. Y así ha sido durante este tiempo. Siempre suya, siempre Regalo de cumpleaños
Por: GVD
Casi al finalizar la velada, coincidimos en la cocina. La reunión había sido en casa de Caro, la coordinadora del grupo de mi amiga. Platicamos recargados en la barra de la cocina mientras los demás pensaban en cómo arreglar el mundo y cómo hacerle para reunir más fondos para la próxima temporada teatral.
Pensé que al escuchar que yo no pertenecía a dicho círculo social, él perdería interés. Pero no, se mostró muy atento e incluso comparó algunas situaciones que pueden surgir en la contabilidad con el proceso de una puesta en escena.
Antes de dar las dos de la mañana, Natalia fue hacia donde yo estaba y me dijo que nos despidiéramos, que ya nos íbamos. Fabián, quien tenía 45 años, me pidió mi número de teléfono y se lo di.
Luego de esa noche, las llamadas y mensajes fueron constantes. Estaba claro que existía algo entre ambos. Después nos vimos en un par de ocasiones en Zacatecas, pero solo fuimos a comer y a un café. Nada fuera de lo común.
Nos despedimos y ocupé mi asiento en la primera fila. Al terminar, regresé al camerino y ahí estaba él, descansando un poco. Apenas lo vi, le di un fuerte abrazo que él me correspondió. Era la primera vez que yo tomaba la iniciativa, así que eso lo animó.